“Un hombre que se  fió de Dios”

. A los once años hizo su primera comunión.

      

       Luis Amigó nació el 18 de Octubre de 1854 en un pueblo de España llamado Masamagrall (Valencia). Vivió su infancia en un ambiente de normalidad y de acogedora vida familiar. Fue “creciendo en santidad y sabiduría delante de Dios y de los hombres”.

 

      

       Sus padres, primeros agentes de su educación, se preocuparon no solo de su formación escolar y científica, sino que supieron inculcarle con su ejemplo de vida, una verdadera formación religiosa y cristiana

       Muy pronto descubrió en Dios a los hombres sus hermanos. Visitó ranchos, frecuentó cárceles y hospitales de la ciudad, compartiendo con los presos y enfermos, su alegría, sus sentimientos, su libertad, su salud, su vida…

      

       Se sintió feliz y realizado dando sentido a su vida. Encontró en el Evangelio lo que todos necesitamos: la felicidad, que radica más en “dar” que en “recibir”. Una felicidad que es amor. Un amor que en principio no nos da nada, pero que nos lo da todo cuando nosotros nos damos.

    

       Su camino tan solo había empezado.

       Luis Amigó sintió la llamada de Dios. El camino que Dios le tenía trazado apuntaba hacia los Capuchinos. Pero ¿qué suponía esto?. Suponía dejar la patria,  casa y dos hermanas menores, huérfanas de padre y madre.

       Dios es un genio buscando soluciones… y en esta ocasión solucionó las humanas dificultades que le presentaba Luis. Se sirvió de una buena persona, un sacerdote para más señas. El se haría cargo de sus hermanas…. El camino comenzaba a alumbrarse…

        Sale de España hacia Bayona (Francia), cargado de un ligero equipaje, el futuro Capuchino. No hubo que esperar largos papeleos de pasaporte, cosa común entonces y ahora.  Dios, que parecía tener prisa, se encargó de agilizarlo todo y hasta lo proveyó de un guía. Ya lo dice el refrán: “Yo aprieto pero no ahogo”. Quédate tranquilo….

       Luis Amigó llegó a Bayona, llama a la puerta de la casa o convento. El portero se acerca y le abre. Entra Luis…. Y el 12 de Abril de 1874 viste su hábito de Capuchino por primera vez.

       Durante el año de su noviciado asimiló el ideal de vida en Cristo, a través de San Francisco de Asís, su maestro en la vida espiritual.

       Pasan los años de formación y llega el momento de regrasar a su patria y en Montehano es ordenado sacerdote el 29 de Marzo de 1879.

       Vivió su sacerdocio con paternidad grande y generosa. Pero con preferencia por los más necesitados.   Y entre éstos, por los muchachos desviados del camino de la verdad y del bien.

       El 9 de Junio de 1907 fue consagrado Obispo. Durante los 27 años de Obispo:

* Supo llegar a los más sencillos.

* Acogió a los pobres.

* Sentó a su mesa a gente modesta y humilde.

* Se preocupó de la juventud.

* Dejó a todos, junto con el ejemplo de su vida, extraordinarias enseñanzas. Su ideal central: la misericordia, el perdón, el amor de Dios.

 

       En este rápido recorrido hecho por su vida, fue descubriendo paulatinamente su camino. El ambiente religioso de su familia en la niñez, las asociaciones cristianas, los amigos, las visitas a las cárceles y hospitales en su juventud, el espíritu de servicio, el apostolado con los jóvenes y los presos … lo fueron madurando.

       Solo así se entiende la fundación de las Religiosas Terciarias Capuchinas el año 1885 y la fundación de los Religiosos Terciarios Capuchinos el año 1889. Es el resultado de toda una vida.

       Estas congregaciones serán las encargadas  de perpetuar, encarnar en cada momento histórico el carisma de “preocupación misericordiosa y redentora por recuperar, atraer de nuevo, educar”…, a tantas  personas marginadas en la sociedad, especialmente niños y jóvenes.

       Un carisma que fue, en un tiempo, personal de Luis Amigó.

       Un carisma con que Dios enriqueció a la Iglesia del siglo XIX.

       Un carisma que hoy sigue vivo para la Iglesia y la sociedad del siglo XX y lo que llevamos del XXI en el mundo y en todos los continentes.

 

Cuando estamos a punto de decir un “hasta luego” a este apóstol de la juventud, “cuya vida fue un constante morir a sí mismo y resucitar a Dios y a los hermanos por amor”, no podemos menos que hablar de “ocaso luminoso”. Fue el año 1934.

 

 

 

       Su espíritu de amor sigue vivo.. La Iglesia lo ha declarado “Venerable”, es decir, digno de veneración. Esperamos que pronto sea prclamado “Beato” y, finalmente, “Santo”, por la Iglesia.

 

 

 




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